¿Por qué luchar?
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Marzo 31st, 2012 |
Por Roberto Josué Bermúdez Olivos
El desánimo, el individualismo, la indiferencia y
el miedo nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué luchar? ¿Por qué buscar
cambiar las cosas? Al fin y al cabo no podemos cambiar nada. Entonces, ¿para
qué actuamos? Esto es algo completamente falso y hay claros ejemplos históricos
que lo demuestran. Todo es cambiante, nada es eterno.
La sociedad siempre está en constante cambio, nos
enseñan en la escuela. Pero estos cambios no se desarrollan solos, los hacen
los pueblos, los individuos comprometidos. Los derechos de los afroamericanos
estadunidenses no hubieran avanzado y no se entenderían si no fuera por la
lucha del movimiento de Martin Luther King, Malcom X y los Panteras Negras. En
algún momento los linchamientos, la segregación, la puerta cerrada a
considerarlos ciudadanos era la regla. Hoy, las cosas son diferentes. Queda
mucho por avanzar; es cierto, hay pobreza y violencia que se manifiesta en
Estados Unidos y en buena parte es hacia este sector, por lo que hay que seguir
luchando y continuar el cambio.
¿Se entendería la India descolonizada sin la
lucha de Gandhi? ¿O el fin del apartheid sin la lucha de Mandela y sus
respectivos pueblos? Hay problemas que resolver todavía en la India y en
Sudáfrica, por lo que a nuevas generaciones les toca seguir sus ejemplos y
corresponder a los que se sacrificaron para que tuvieran una realidad
mejor. Ambos murieron por sus causas, mas hay gente que, aun muerta, está
más viva que muchos que respiran y no viven.
En los tiempos recientes, por ejemplo en Egipto,
seguirían con un dictador si no fuera por la valiente movilización de la gente
que salió a las calles. En Bolivia no hubiera una nueva constitución que
defiende los derechos de los indígenas, ni habría un presidente indígena, si no
fuera por los movimientos que empujaron esto y que siguen empujando los cambios
pendientes en ambos casos. Si no fuera por El Caracazo, por la movilización de
los Sin Tierra, de Los Forajidos en Ecuador, del “que se vayan todos en
Argentina”, no hablaríamos de la oleada de gobiernos progresistas en América
Latina, ni de las nuevas constituciones sociales de Ecuador y Venezuela.
En México no existiría la incipiente libertad de
expresión ni de manifestación si no fuera por el Movimiento del 68; no se
hablaría de la autonomía indígena y sus derechos, como se habla hoy, si no
fuera por el Movimiento Zapatista que nació en el 94. La UNAM seguramente sería
privada si no fuera por las movilizaciones del 86 y del 99. El pueblo de Atenco
no tendría tierras, y les hubieran impuesto un aeropuerto, si no fuera por la
organización y la movilización de su pueblo.
Podemos ver pasar la historia como un río o
ignorarla y así acabar nuestros días: sólo viéndola pasar. O montarnos en ella,
hacer historia, como los que crean y empujan los cambios. Podemos hacer los
cambios para nosotros o podemos hacerlos para los demás. Este sistema crea
seres individualizados, competitivos, consumistas y conformistas; ser así es lo
común, lo “normal”, los que destacan son los que van a contracorriente, los que
ven por los otros, los que crean, lo que desafían el status quo, los
que buscan cambios y alternativas.
Caminos hay muchos. Nadie tiene una receta mágica
que logre el cambio social, mas sí se puede aprender de las experiencias de
lucha de personas como Sandino, El Che, Zapata, Allende, Bolívar, Lennon,
Jaramillo, Lumumba, que con éxitos y fracasos han dejado una estela de
enseñanzas. Hay que acabar con el miedo y el cinismo, vencer la ignorancia,
terminar con la cultura de la apariencia, entender que uno es su circunstancia,
pero que uno puede transformar ésta y hacer que predomine el valor, el cambio,
la solidaridad. Todo sistema tiene grietas por donde se puede empujar la
transformación.
Tomemos como armas a la conciencia, al
conocimiento y a la crítica, recordemos que la revolución es un trabajo teórico
y práctico, critiquemos, propongamos y hagamos. No esperemos al caudillo que
resuelva todo: nosotros seamos los propios constructores de nuestra historia.
Detrás de los grandes personajes siempre está la fuerza de un pueblo. No
debemos perder de vista que los grandes movimientos los hace gente invisible
para el sistema: los indígenas, las mujeres, quienes luchas por la dignidad,
por el territorio, y por la autodeterminación.
Teniendo en cuenta que los saberes son
incompletos, habrá que luchar contra la ignorancia y contra el conocimiento que
produce ignorancia ejerciendo la hermenéutica de la suspicacia. Hay que
entender que existen relaciones de poder entre conocimientos y que la
pluralidad de conocimientos nos ayuda a ampliar las posibilidades de
emancipación. Hay que escuchar a los invisibles, hacer una
sociología de las ausencias, descolonizar las ciencias sociales.
Hay grandes problemas sociales: pobreza,
marginación, guerras imperialistas, narcotráfico, etc. Esto debe de cambiar,
estamos en tiempo de grandes urgencias como la ambiental y urge actuar
ahora. El cambio de civilizaciones no se da a corto plazo ni la
desigualdad social se puede resolver en un universo capitalista, es necesario
un cambio político de fondo, pero este cambio se debe ir construyendo, se deben
ir poniendo los cimientos para esta transformación liberadora.
Observemos al otro, al oprimido, démosle voz,
humanicémonos, busquemos ser libres y encontremos un camino que nos lleve a un
mundo más justo, sin opresión e imposición. Muchos ya dieron un primer
grito de ¡Ya Basta!, y un “nunca más un México sin nosotros”. Muchos están
luchando por nuevos derechos, por nuevos caminos, es momento de que también
hagamos historia, que imaginemos y construyamos un mundo mejor y paremos la
degradación del hombre hacia el medio ambiente, la destrucción y la barbarie
imperialista, el hambre y la pobreza. Hay mucho por luchar, grandes
razones, grandes urgencias.
Nuestro país se desangra por la violencia, los
jóvenes tienen pocas oportunidades para desarrollarse profesionalmente, hay
desempleo, la educación se limita, es momento de actuar, tratar de parar la
fragmentación existente y vincular esfuerzos. No esperemos que los poderosos
dejen de serlo por sí solos, o que los tiranos se castiguen a sí mismos y que
los explotadores dejen de serlo por buena voluntad, o que los políticos dejen
de pensar en ellos nada más o en sus grupo sólo porque sí. Como sociedad
tenemos una responsabilidad de empujar estos cambios y exigir que la soberanía
del Estado recaiga en el pueblo, que manden obedeciendo, hacernos oír y
asumirnos como sujetos de derechos, que conocemos y hacemos valer estos.
Tenemos una responsabilidad social, la cual será
reclamada por las generaciones futuras. Heredemos un espíritu de lucha y no de
aletargamiento social. Dejemos la enseñanza de que se pueden construir
cambios, hacer historia. Reproduzcamos principios como el valor, la
solidaridad, la fraternidad, la crítica y dejemos atrás los antivalores impuestos
por los defensores del status quo y por los que han sido privilegiados
gracias a la explotación y al saqueo. Como dijo Salvador Allende: “Abramos las
grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad
mejor”.
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