febrero 28th, 2012.
Por Roberto Josué Bermúdez Olivos.*
Hablar del movimiento estudiantil de 1999 en
la UNAM es hablar de la defensa de la educación pública y gratuita en México.
Es hablar del freno al proyecto neoliberal que se quería instaurar en la
UNAM vía un reglamento general de pagos consistentes en el aumento de las
cuotas de inscripción, trámites, uso de equipos y laboratorios. Cuestionó
reformas antes emprendidas que limitaban el acceso a la UNAM y los vínculos de
la UNAM con el CENEVAL que hasta la fecha son pocos claros, por decir lo menos.
Planteó el problema de la democratización profunda de la UNAM y la necesidad de
un congreso donde se discutiera de forma transparente y abierta la problemática
universitaria.
Es un movimiento que practicó la democracia
participativa, con rotación de delegados, discusión y toma de decisiones
por escuela y luego en un Consejo General de Huelga (CGH) donde se discutían
las propuestas y el plan de acción y se volvían a bajar puntos de discusión a
las facultades y escuelas buscando un carácter horizontal en la toma de
decisiones.
Un movimiento que no compró la idea individualista
de: “no te preocupes por lo que no te afecta a ti” y, en cambio, luchó por los
que venían detrás, por las futuras generaciones que hoy gozan de una
universidad pública y de prestigio. Un movimiento que despertó a una generación
de universitarios o, por lo menos, a un gran sector de la mal llamada
“Generación X”. Una generación influida por la lucha zapatista, que vivía aún
los vestigios del autoritario sistema priista que amenaza con regresar, o que
no se fue del todo.
Jóvenes que argumentaron, se organizaron, hicieron
asambleas, votaciones, referéndum, brigadas de información, comisiones que se
encargaban de las finanzas, de la difusión y propaganda, de enlaces con otros
sectores, etc. Que organizaron cursos de verano, festivales, conciertos;
que tomaron las calles con música y baile; que organizaban guardias,
mítines; que viajaban a las colonias, a otros estados a tratar de romper el
cerco informativo.
Universitarios que reflejaron abiertamente el
desencanto existente con las instituciones, con los partidos políticos, con las
viejas prácticas políticas. Que defendieron los logros de los movimientos
pasados como el del 86, pero que cuestionaban las prácticas de los viejos
liderazgos ahora contaminados por el sistema partidista imperante en el país.
Un movimiento que se resistía a transar, a dejarse cooptar, a rendirse frente a
los embates y ofrecimientos de claudicación.
Un movimiento que aguantó una terrible embestida
mediática que lo descalificó de inicio a fin; que aguantó represiones físicas,
descalificaciones, una campaña mediática costosísima de las autoridades, amenazas
de expulsión y de cárcel y la embestida de las clases favorecidas por el
sistema. Fue un movimiento de marginados, de los que no tenían certeza de
tener un futuro con empleo, con patrimonio, de los hartos por ser
menospreciados y no escuchados, fue el ya basta de la juventud.
Las autoridades, encabezadas por Francisco Barnés,
fueron la punta de lanza que buscó instaurar el proyecto neoliberal en la UNAM.
Actuaron despóticamente con cerrazón tratando de doblegar a los estudiantes,
actuaron como verdaderos ULTRAS de derecha cerrando los caminos a un diálogo
respetuoso, cosa que cavó su tumba. Dejaron la semilla de la polarización y
desconfianza y alimentaron los extremos.
Ningún movimiento es puro, se cometen errores y
excesos, es parte de la dinámica de todo movimiento social el desgaste, la
polarización, el aislamiento y alejamiento con sectores que pudieron
considerarse aliados. El no poder tener una política efectiva contra la
embestida mediática que creó líderes con rastas para desprestigiar y polarizar.
La desconfianza ante los que buscan montarse y sacar provecho del agua
turbia, la espada desenvainada ante el ataque estatal y el de las autoridades
universitarias que imposibilitó una salida negociada, la falta de práctica en
cuanto a democracia deliberativa y representativa que hizo difícil la búsqueda
de consenso, de tolerancia de ideas y flexibilización de propuestas sin
transar, fueron de las problemáticas que no pudo sortear como hubiera querido
el movimiento. Difícil de hacer, frente a toda la responsabilidad que tenía
encima, que no era poca cosa: dejar las bases de una universidad pública que no
tuviera que enfrentar una embestida neoliberal en un futuro.
No se supo cerrar el acto y entró la Policía
Federal Preventiva (PFP) en febrero del 2000 y encerró a más de mil
estudiantes. Quedó un movimiento estudiantil que se diluyó con el tiempo hacia
otros campos de la sociedad: el académico, movimientos sociales de diferente
tipo, el de la sociedad civil organizada, o el de la sobrevivencia cotidiana
ante un futuro incierto. A todos los que participaron, la experiencia los marcó
para bien o para mal y cambió sus vidas.
Fue un acto decorado de derrota por las botas
grises de los militares y por los medios, pero muy alejado del verdadero
resultado, de la máxima victoria del movimiento estudiantil, el que exista al
día de hoy una universidad pública, gratuita, de masas, que alberga a cientos
de miles de jóvenes dándoles educación de calidad a la altura de las grandes
universidades del mundo. Autoridades que han tenido que mantener un discurso
crítico en defensa de la educación pública frente al Estado, no por buena
voluntad, sino empujados por lo que fue la lucha estudiantil que aún permea en
la sangre y el espíritu de la UNAM. Puso bases así como las puso el movimiento
zapatista para el cuestionamiento que hoy se hacen los indignados, los
excluidos del sistema, bases para emprender las luchas desde abajo, de los
altermundistas, de los que luchan por educación publica en países hermanos como
el chileno, quienes reconocen y admiran la lucha emprendida por los estudiantes
en 1999.
El movimiento deja una experiencia que deben
retomar las nuevas generaciones, aprender del camino recorrido, de los aciertos
y los errores, una experiencia de lucha que se debe retomar para todos los
pendientes que quedan no sólo en la universidad, sino y sobre todo, en el país
que se desangra con más de 60 000 muertos, que tiene récord de desempleo, donde
el narcotráfico se ha vuelto la triste alternativa para miles de jóvenes, donde
la educación no alcanza para todos y, donde el Estado, regatea o hace omiso su
apoyo a ésta, así como a la salud y a la seguridad social en general.
En la UNAM se deben cerrar heridas, cuestión que
hasta hoy no ha sido del todo posible, y ver hacia adelante sin olvidar.
Retomar de forma objetiva los aprendizajes, analizar aciertos y desaciertos del
movimiento estudiantil sin el cual no se entendería la universidad tal como es
hoy y empezar a construir las bases de la universidad del mañana.
Las autoridades de cualquier institución educativa
deben saber que tarde o temprano el autoritarismo pierde, que la imposición o
el querer ganar por medio de la fuerza, y no por la razón, termina sucumbiendo
ante la fuerza de los argumentos y la lucha coordinada y organizada. Los
jóvenes deben reforzar los valores del diálogo, la argumentación, del saber
escuchar y proponer, pero sobre todo del saber hacer, de romper esa apatía como
lo hizo la juventud de 1999 en la UNAM que se comprometió con la noble causa
por la defensa de la educación publica y gratuita para las generaciones
venideras, que luchó y apoyó a los compañeros zapatistas contra el militarismo,
que se hizo sentir y buscó alternativas de lucha y organización y que,
finalmente, nunca se doblegó.
*Lic. En Sociología. Estudiante de la Maestría en
Defensa y Promoción en Derechos Humanos de la UACM
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